2D: la revolución del manejo sin conductor y su impacto en la seguridad vial

June 4, 2025

La conducción sin conductor ha dejado de ser ciencia ficción. Ciudades como Shenzhen, Phoenix y San Francisco ya han autorizado miles de vehículos autónomos a circular sin nadie al volante. Esta tecnología, conocida en algunos círculos como “2D”, por driverless driving, marca un cambio de era en la movilidad urbana y plantea una pregunta decisiva: si no hay conductor, ¿quién es responsable cuando ocurre un accidente?

El concepto “2D” no se refiere a una dimensión visual, sino a una conducción verdaderamente autónoma: vehículos capaces de operar por sí mismos, sin intervención humana a bordo ni remota. No hablamos de sistemas de asistencia como el estacionamiento automático, sino de una conducción automatizada total en entornos reales, complejos y cambiantes.

En solo 18 meses, Waymo, la filial de conducción autónoma de Alphabet, pasó de realizar 50.000 viajes semanales a más de 250.000 en cuatro ciudades estadounidenses. Sus vehículos ya operan sin conductor humano en Phoenix, San Francisco, Los Ángeles y Austin, y lo hacen con excelentes resultados en seguridad. Un estudio reciente que analiza 91 millones de kilómetros recorridos muestra una reducción drástica de accidentes graves en comparación con la conducción humana tradicional. Las colisiones en intersecciones, los atropellos a peatones y los choques con ciclistas o motociclistas caen entre un 82% y un 96%, lo que sugiere que, lejos de ser una amenaza, esta tecnología podría convertirse en un nuevo estándar de seguridad urbana.

China, por su parte, ha movido sus fichas con rapidez. En Shenzhen, la megaciudad de 18 millones de habitantes que funciona como laboratorio tecnológico del país, los robotaxis sin piloto de Baidu Inc. comenzaron a circular en vías públicas desde agosto de 2023. Se espera que al menos 600 vehículos autónomos operen en la ciudad para fines de 2025. Allí, el gobierno ha establecido uno de los primeros marcos regulatorios formales para este tipo de transporte: si hay un conductor humano presente, la responsabilidad en caso de siniestro recae sobre él. Si no lo hay, el responsable es el propietario del vehículo. Y si se demuestra que el accidente fue provocado por un defecto técnico, la obligación será del fabricante. Es un marco normativo inédito que apunta a despejar las incertidumbres legales que este tipo de tecnología ha generado en otras partes del mundo.

Francia también ofrece una base sólida para entender el tipo de transformaciones que exige esta revolución. A comienzos de los años 2000, el país europeo enfrentaba una grave crisis de seguridad vial, con cerca de 8.000 muertes anuales. En 2002, el gobierno francés lanzó una reforma estructural que incluyó radares automáticos, endurecimiento de penas, campañas masivas de concientización y una coordinación inédita entre distintos ministerios. En apenas dos años, el país logró reducir en más de un 40% la cantidad de muertes en carretera. Lo hizo, en gran parte, gracias a la automatización del control y al fortalecimiento de la responsabilidad legal. Esa experiencia demuestra que, más allá de la tecnología, el verdadero cambio ocurre cuando hay un marco normativo coherente y una voluntad política firme.

No obstante, el despliegue de la conducción autónoma no es uniforme. Hoy, esta tecnología depende en gran medida de mapas de alta definición, conocidos como HD maps, que deben ser precisos al centímetro y mantenerse constantemente actualizados. Esto implica costos elevados, tanto en desarrollo como en mantenimiento, y es una de las principales barreras para escalar estos sistemas a ciudades con infraestructura caótica, planificación urbana irregular o normativas cambiantes, como ocurre en gran parte de Latinoamérica, Europa del Este o el sudeste asiático. Waymo, por ejemplo, mapea exhaustivamente cada nuevo entorno antes de iniciar operaciones, lo que limita su expansión a regiones muy específicas.

En América Latina, los desafíos en seguridad vial son profundos y de carácter estructural. Según estimaciones de la Organización Panamericana de la Salud, cada año más de 145.000 personas pierden la vida en siniestros viales en el continente americano, una cifra que equivale al 12% del total de muertes por esta causa a nivel global.

En Chile, según cifras de CONASET, durante el año pasado fallecieron 1.438 personas en siniestros viales, lo que representa una disminución del 12% en comparación con el año anterior, un avance positivo en materia de seguridad. Sin embargo, este progreso convive con un vacío regulatorio relevante frente a la conducción autónoma. A medida que esta tecnología avanza y deja de ser una promesa lejana, se vuelve urgente anticipar escenarios legales aún no resueltos. ¿Quién sería responsable en caso de que un vehículo autónomo provoque un accidente en territorio chileno? ¿El propietario del auto? ¿El fabricante del software? ¿El operador del sistema? Hoy, esas preguntas no tienen respuesta en la legislación vigente, y si bien el país ha hecho avances en movilidad inteligente, el marco normativo aún no contempla con claridad la atribución de responsabilidades en situaciones de conducción sin conductor. Este tipo de escenarios exigirá, tarde o temprano, la construcción de nuevos modelos jurídicos, como esquemas de responsabilidad compartida o incluso fondos de compensación para víctimas, financiados por fabricantes, operadores o aseguradoras.

Este nuevo paradigma también sacude los cimientos del mundo asegurador y las insurtechs enfrentan una disrupción sin precedentes. Ya no se trata de evaluar el riesgo de una persona conduciendo, sino el de un sistema algorítmico. Las pólizas tradicionales no contemplan variables como errores de software, fallos de sensores o decisiones autónomas equivocadas. El aseguramiento deberá migrar hacia modelos que consideren datos en tiempo real, gestión de riesgos predictiva y sistemas de indemnización automatizada. Las startups que ya trabajan con inteligencia artificial, blockchain y big data están mejor posicionadas para responder a este desafío, creando soluciones que combinen trazabilidad técnica, responsabilidad distribuida y adaptabilidad regulatoria.

El debate ya no es técnico. Tampoco es ético. Los datos demuestran que la conducción autónoma es más segura, más precisa y, en muchos casos, más eficiente. Pero para que se transforme en un nuevo estándar global, se necesitan regulaciones modernas, estándares abiertos de cartografía dinámica, y una arquitectura legal que pueda responder cuando ya no haya nadie al volante. En ese nuevo ecosistema, las insurtechs no serán sólo testigos, sino actores fundamentales.

Porque cuando desaparece el conductor, no desaparece la responsabilidad. Solo cambia de forma. Y entender esa transformación será clave para construir la movilidad del futuro.

Fuente:
https://www.enriquedans.com/
https://waymo.com/ 
https://www.teslarati.com/ 

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